El caos y lo grotesco en el desarrollo

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Lima no es el Perú, por más que hoy sea la ciudad con cerca de 10 millones de habitantes. Lima tiene cantidad y se mueve como una locomotora del progreso, pero en la calidad de vida de sus habitantes tiene poco, poquísimo por mostrar. 

La cantidad de población es importante, porque exige atención, recursos e infraestructura para asegurar la calidad de vida. Es, tal vez, la vía más frecuentada por sociedades más antiguas, que hoy ya están encaminadas a poner primero al ser humano, privilegiar el desarrollo de la inteligencia, la cultura, el respeto y el equilibrio con la naturaleza. 

Lo grotesco no puede ser el acompañante eterno del ser humano. Se queman etapas, se avanza un nivel, después otro, hasta construir una sociedad nueva. 

En Lima conviven todas las sangres y la diversidad la convierte en un espacio de distintas manifestaciones culturales, que enriquecen la propuesta que ofrece como capital.

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Los dos párrafos iniciales de esta columna no difieren de un diagnóstico de la Lima de hace unos 40 o 30 años. No es que no haya cambiado y crecido, sino, que la forma en que se ha desarrollado, la informalidad ha sido constante. El caos está en su ADN.

El modelo se replica en gran parte del Perú. Las ciudades y pueblos son amorfos. El desorden es una manera de sobrevivir, por lo tanto, el bienestar es una ilusión y la picardía es un don que asegura ganarle el puesto a otro.

Sin embargo, la gente siente que vive bien. Basa su percepción de la realidad (que cree que está avanzando), de acuerdo a las metas que está consiguiendo. Es como el conductor de combi que arrasa y atropella todo lo que encuentra, con tal de cumplir con la cuota del día. Si mata en su loca carrera, entiende que es parte del proceso de sobrevivir. Nada más.

Por eso es que vemos a choferes de transporte público con más de 30, 50 hasta 200 papeletas que nadie les exige pagar. Y como romper las reglas no tiene castigo y las costumbres son cavernarias, no hay ningún remordimiento en seguir «creciendo»  faltando el respeto a los demás y burlando las leyes.

El peruano, en realidad, siente que hoy está mejor que hace 30 años. Su autoestima no está por los suelos y cree que puede hacer más, aunque a ciencia cierta no tiene la menor idea de qué es lo que necesita para sentirse mejor.

Se ha agarrado de una rama muy fuerte como la gastronomía para sonreír y decir !Te amo Perú! Come rico pero no se alimenta bien. Es del buen sabor y anda angustiado por su sobrepeso.

Siente que Machu Picchu es más que una maravilla del mundo, y se siente orgulloso; pero es capaz de destruir centros históricos, huacas, y contaminar los ríos. Escupe y orina en la calle. La calle es su basurero.

Quiere que su hijo sea diferente, competitivo y que trabaje en algo diferente a lo que a él le tocó. Confunde el éxito y buena posición económica (o un buen sueldo), con la evolución del hombre.

Entonces, las personas logran objetivos de éxitos personales y así se sienten parte de los que hacen el nuevo Perú. Nuevo Perú es un decir, pues, es más de lo mismo solo que con teléfono celular, Netflix, Starbucks y grandes centros comerciales.

Hay comodidades en su casa y entorno. Para algunos sectores, el confort es una realidad, pero no tienen idea de cuan poquito han avanzado en su desarrollo como seres humanos.

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