El debate en las elecciones

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Este proceso de elecciones presidenciales nos ofrece una valiosa oportunidad que solo será aprovechada por la visión y manejo del próximo gobernante. Y, claro, del nivel de los congresistas. Lo que estamos viendo ahora es consecuencia del desorden de nuestras leyes electorales y de la falta de partidos organizados. Reina la improvisación. 

En un proceso de elecciones es clave, por ejemplo, el debate. El debate, al que le corren todos, menos los que están preparados, los que tienen un plan de gobierno y han participado en su elaboración. El candidato que postula en un partido vientre de alquiler, está definitivamente en la calle. El debate es una oportunidad para saber la consistencia de las propuestas y lo nuevo que traen.

En el debate se observan muchos detalles, desde la preparación del candidato, el conocimiento de sus propuestas y la capacidad de transmitirlos, su tolerancia, reacciones, postura, compromiso, nivel intelectual y si es improvisado o no. El improvisado corre igual que el alumno que no quiere entrar al examen, porque es consciente que no ha estudiado.

Para ganar unas elecciones en Perú es necesario tener buenos escuderos, bastante concha, plata como cancha, ser sinvergüenza, pronunciar slogans, bailar bien, cantar bonito, mover los brazos, y no transmitir ideas porque eso descerebra a los fanáticos. No se gana unas elecciones diciendo la verdad, hay que ser cojudo con varias transfusiones de cojudez, para decir que lo primero que harás al asumir el cargo será un shock económico. Funciona dorar la píldora y decirle al público lo que quiere escuchar. 

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La verdad no hace libre al elector, la verdad no importa, la mentira con dádiva es licor maldito que emborracha y embrutece. ¿Cuánto hay, qué me regalas, un pollito a la brasa, ropa, platita constante y sonante?

Necesitamos un proceso de elecciones en el que los candidatos debatan sobre los distintos temas y en diferentes fechas y lugares. Con el debate los improvisados y plagiadores, los indocumentados y oportunistas quedaran en evidencia. Los debates no desalentarán a que se presenten más de 20 candidatos a la presidencia, pero sí hará que los vayamos descartando. Mediante el debate, al improvisado se le nota a leguas, es casi un faro de la estupidez que atrae a los náufragos.

Exijamos más de un debate en este proceso, para saber qué reclamar a nuestros candidatos cuando lleguen al poder.

Aquí un breve análisis de dos actuales candidatos:

Keiko no quiere debatir, ella no menosprecia el debate, simplemente, prefiere leer y repetir slogans, ella manda, ordena, porque así le enseñó papá. No tiene discursos, para sus mítines monta un espectáculo y regala víveres o dinero. En vez de propuestas, sus partidarios arman un show y hacen parodias. Keiko no es líder de un partido, ella es la dueña de consciencias. Keiko no carga su maletín, sus candidatos al Congreso se encargan de eso, porque así vio gobernar a papi. Ella sabe bien que si Mark, su cónyuge, no se alinea con sus metas, también terminará electrocutado al encender su PC. 

Alan se alucina el rey del debate, el orador, el de la figura imponente, el que llena el escenario, pero que emite discursos vacíos, sin fundamentos. Si siente que está perdiendo, es capaz de lanzar un puntapié como el que lanzó a Jesús Lora en una marcha que realizaba contra el gobierno de Alejandro Toledo en el 2004. Ojo, Alan no es estadista, simula, hace bien su papel, para parecer que sabe de gobierno, pues, hizo campaña exigiendo la vacancia de Toledo. Antes de llegar a su segundo mandato, era anti TLC; es más, durante su campaña amenazaba con desconocer el tratado con EE.UU. Ya en el gobierno fue otro, promovió los TLC y fue Meche Aráoz una de sus ministras que trabajó duro en eso. Cambia con una facilidad para darle al elector lo que está buscando.

En fin, es necesario que los candidatos ingresen al terreno alucinante del debate, ahí sabremos, quién está listo o por lo menos trae ideas nuevas.

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