El talento no sirve si no hay disciplina

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Comparto con ustedes un post que publiqué la semana pasada, mientras miraba el partido de la Copa Libertadores entre Alianza Lima y Palmeiras, y confirmaba que a nivel internacional los equipos peruanos de fútbol no tienen opciones para avanzar, salvo, episodios especiales como el segundo lugar que obtuvieron Universitario de Deportes y Sporting Cristal, o el éxito de Cienciano en la Sudamericana y Recopa.

Siempre escuchamos- y es como música para nuestros oídos- cuando algún entrenador, futbolista o periodista extranjero dice que el talento del futbolista peruano es innato, que el toque peruano es excepcional, que es único, etc., y bla bla blá.

Sin embargo, es importante recordar que el talento no sirve y se desperdicia si es que no hay disciplina, compromiso y actitud. El talento hace daño cuando el poseedor es haragán e indisciplinado.

En el fútbol profesional, si no hay talento, es necesaria la actitud, la rebeldía, la garra y el trabajo en equipo, para ser competitivo. Y si a estas consideraciones se le pone alegría y las ganas de divertirse, se pueden conseguir resultados positivos.

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Disciplina y compromiso definen a un deportista. Y la práctica constante perfecciona sus habilidades.

El hambre y deseos de superación son los motores que le impulsan a querer ganar todo. El deportista profesional sabe que gana hasta cuando pierde, porque se rebela y mira mil veces los videos del partido. Estudia al equipo contrario. Está pensando en el siguiente partido.

Al que juega sin actitud -que le da lo mismo perder o ganar- es un zombi. El mediocre quiere terminar el partido y el entrenamiento antes de tiempo, porque tiene una cita con el halago y el ruido. El profesional se alimenta, descansa, estudia inglés para estar listo cuando llegue el contrato de Europa.

Al que juega sin vibrar, mientras su hinchada alienta sin parar, es un pecho frío que no quiere competir, porque ser competitivo le cansa y estresa. Este tipo de jugador llora cuando está en el extranjero porque extaña su carapulcra, el engreimiento de su mamá y el aplauso barato de los que se suben a su carro.

Cuando el futbolista mediocre entrena, está pensando en su celular, el auricular, la caja de cerveza y el ceviche con sus patas. Quiere salir volando del entrenamiento, sin ducharse, porque tiene dinero y un arete brillante, y sabe que igual estará rodeado de sus amigos, porque ellos huelen al que pone las chelas.

El fútbol profesional en el Perú necesita de dirigentes especializados, enfocados en desarrollar este deporte y, por lo tanto, preocupados y decididos a apoyar a los jóvenes futbolistas que necesitan de guías y modelos.

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