En el diario Expreso estaban sorprendidos de que yo ya no perteneciera a La República. Les expliqué que hace 4 meses había dejado de trabajar ahí y que estaba libre. Por supuesto, que no les dije que andaba desesperado por empezar a trabajar. Y fue el gerente general que me llamó en la noche para decirme que les estaba engañando, que yo tramaba algo, porque él tenía información de primera mano de que yo seguía en el diario de los Mohme.
Después de conversar telefónicamente con el gerente general de Expreso, yo quedé movido, nervioso, pues, sentía que mi ingreso al diario corría peligro. Y de pronto el teléfono fijo volvió a timbrar y contesté.
-Hola, viejo. Realmente, has dejado perplejos a todos en el diario. Este es tu momento.
-Gracias, señor Miglio.
-En la negociación, además de tus honorarios, pide que te den el 30% de las utilidades.
-De acuerdo, don…
-Viejo, pide lo que te mereces….
Cuando al tercer día nos sentamos en el directorio para cerrar el acuerdo, el gerente general volvió con la cantaleta de que yo aún seguía en La República. Hasta que lo callaron y proseguimos con lo más importante. Cuando terminé de explicar el proyecto y lo que necesitaba para realizarlo, Mario Miglio me preguntó cuáles eran mis pretensiones económicas. Respondí con el monto de mis honorarios mensuales y luego dije muy nervioso que quería el 30% de las utilidades.
-¡Viejo, eso es demasiado, una locura!
-¿Qué te parece, el 20%?
-De acuerdo, don Mario…
Entendí que Mario Miglio era mi aliado en esa negociación. Y por eso acepté el 20% de las utilidades. En realidad, no entendía bien cuánto sería el 20%, pero acepté porque sonaba interesante. Luego, alguien del directorio me indicó que ningún periodista tenía ese tipo de acuerdos, que yo era un privilegiado que hasta secretaria tenía.
Esa misma tarde me reuní con el periodista Ismael León, pues andaba preocupado por lo que escuchaba en La República donde me estaban tildando de traidor, algo así como cuando un jugador crema se pasa a Alianza Lima, o viceversa.
A Ismael le expliqué que desde el 28 de octubre de 1992 yo estaba fuera de La República, que no era asesor, que nunca más me volvieron a llamar, etc. Entendió que todo lo que se estaba diciendo en el diario era una mentira, que no estaban siendo justos conmigo.
Me reuní con Ismael en un café al frente de La República y cuando nos despedíamos en la vereda, me percaté que el gerente general de Expreso estaba ingresando al edificio de La República, donde ya tenía un acuerdo para ser el nuevo gerente general.
(continuará)