El Centro Histórico de Lima huele mal

1974

El Centro Histórico de Lima necesita un alcalde. Lima necesita una revolución para convertirse en una ciudad para seres humanos, para los que quieren vivir en armonía, en paz, con bienestar y disfrutando de espacios libres, zonas verdes, lugares para el arte y la diversión familiar. Lima necesita ordenarse para detener el crecimiento del caos que aplasta toda idea de evolución. 

Esta exigencia y esperanza no se sustenta en la añoranza de los antiguos limeños, cuando Lima era llamada La Ciudad Jardín. Eso ya pasó y hoy necesitamos superar lo que antes era orgullo. Es necesario que llevemos a las ciudades del Perú a un nivel superior para que podamos vivir con dignidad y confort. Ciudades para los seres humanos, con menos cemento y más áreas verdes. Los ciudadanos merecen vivir en espacios agradables y decentes, que les asegure un aire limpio y en el que se respete sus derechos, brindándoles explicación sobre la actuación de las autoridades.

El Centro Histórico de Lima huele mal y no es agradable para los ojos. Las calles de Lima son desagradables para el peruano que quiere recorrerla y para el turista extranjero que viene con la idea de encontrar una ciudad con historia y hermosa arquitectura.

Lima no necesita un alcalde, ya lo tiene. Es el enemigo dentro de la casa que actúa como amo y señor. Hace lo que quiere, en el tiempo que le da la gana y en donde le venga el capricho. Como los habitantes son despreocupados y no tienen poder -tampoco les da la gana de actuar- el personaje que dirige la ciudad, se siente todopoderoso y pisotea el buen gusto y las maneras civilizadas de relacionarse con las personas.

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Lima necesita ciudadanos comprometidos con la decencia, la ética y la higiene. Personas responsables y conscientes de que el orden y la higiene son fundamentales para el desarrollo del ser humano. No es posible que las paredes de los edificios históricos, los monumentos y las iglesias huelan a orine y a heces. Es difícil caminar hablando o disfrutando de un helado mientras se observa un balcón (a punto de caerse y despintado), porque el olor a podredumbre lo invade todo y descerebra al transeúnte. En este verano, caminar por las calles de Lima es una pestilente tortura. No es para seres humanos, tampoco para los perros y gatos. No es para seres dignos. Es la tragedia del hombre convertido en mutante que se sostiene en el absurdo y grotesco. Huele mal.

Tal vez, tú, querido lector, que transitas todos los días por el Centro de Lima, esta columna te parezca exagerada y absurda, porque tú no ves así a las calles de la ciudad. Solo te pido que te detengas un minuto y observes con atención y ojo crítico, y así verás lo que te estoy describiendo con repugnancia. No podemos acostumbrarnos a lo grotesco, a aceptar la corrupción y la suciedad. La rebeldía es necesaria para asegurarnos de que nos estamos renovando constantemente. Exijamos calidad en el producto y en la atención, no nos conformemos con el mal servicio y producto. Eduquémonos en disfrutar de la excelencia y dejemos de estar pidiendo un plato bien taypá, y pasemos a exigir calidad y sutileza. Activemos nuestro buen gusto y la vida será distinta. 

Un alcalde puede ser inútil, choro, despistado y mudo, pero sus ciudadanos necesitan comprometerse con el objetivo de vivir en espacios libres de contaminación y que, además, aprovechen los beneficios que trae el turismo y lo que brinda el orden y el buen trato. El alcalde no orina en las paredes de los edificios, él no bota la basura, no escupe en la vereda y tampoco conduce las unidades de transporte que causan el caos por donde pasan. El alcalde no hace eso, pero puede ser fuente de un nuevo modelo de vida y de comportamiento, si es que decidiera conectarse con los ciudadanos.

Si el alcalde no hace nada por promover la higiene y el orden, somos los ciudadanos los que necesitamos empezar el cambio.

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