Hablar de política y religión en el almuerzo, en el cumpleaños de la tía más querida o en la visita al pariente moribundo es una vía para la discusión infinita y aburrida, infructuosa y, a la vez, campo fértil para una bronca con el primo al que hace años se quiere desnucar.
Y de política es necesario hablar siempre, aunque a veces se gane más enemigos y se termine en disquisiciones, absurdas y tercas.
Los que repiten que la política es cochina y corrupta y que nunca entrarían a ese campo, son de los que esperan que los demás hagan algo para solucionar los problemas.
Y esperar que los demás se encarguen de nuestros asuntos es una actitud suicida, irresponsable, es abrir la puerta del paraíso para que ingresen los corruptos, para los que exigen el 10 % para aprobar una licitación, para que en el Poder Legislativo ladren aquellos que nunca han leído un libro y exhiben orgullosos el grado de doctor (en cualquier huevada), pero que nunca han pisado un aula de posgrado.
Si la política interesara a la gente tanto como les fascina los programas faranduleros, con sus broncas de teta a teta, nalga a nalga, y romances armados, la situación del país sería distinto. Tal vez seguiríamos eligiendo a los indocumentados que hoy nos gobiernan, pero tendríamos la capacidad de criticar, de reaccionar y rebelarnos contra la mediocridad. Hoy, simplemente, el criterio de gran parte de la población es pobre, porque elige sin mayor información, sin comparar la historia; es solo un asunto coyuntural, casi farandulero, buscando a quién da más, quién regala polos, un kilo de arroz, un besito, etc.
El interés por la política es también un ejercicio intelectual muy bueno, es un espacio donde la historia se cuestiona y se identifica a los falsos héroes y ladrones históricos.
Si te interesara la política y también leyeras algún libro sobre los emergentes, el desarrollo de algunas ciudades, el impacto de las conexiones (carreteras, telefonía e internet), y cómo están abandonadas nuestras fronteras, tu reflexión sería distinta. Tendrías argumentos para hacer la pregunta precisa, directo a la vena, al político que te interesa conocer más.
El interés por la política –no para que seas un político– sino para que estés enterado y con la mente aguzada, te haría encontrar valor a tu codiciado voto. Irías a las urnas con la convicción de que tu voto es valioso y es la manifestación de tu libertad de elegir. Tu molestia y desgano serían reemplazados por tu compromiso y esperanza. No estarías sufriendo por el absurdo voto obligatorio y, tal vez, estarías haciendo campaña para que los congresistas aprueben el voto libre. Es decir, el sistema de votación donde no estás obligado por ley a ir a votar, pero como eres libre, informado y comprometido con el cambio, seguramente, elegirías ir a las urnas.
Si te interesara ver más allá de tu nariz, estoy seguro que pasarías de la palabra a la acción.