La semana pasada estuve en Iquitos, mi tierra, la ciudad que convoca por su exotismo, la alegría permanente que su gente lleva en la piel, en el hablar, en su sonrisa. La ciudad que es parte del Perú, pero que está lejos de todo, porque, simplemente, al Gobierno Central no le importa su desarrollo.
Iquitos tiene cerca de medio millón de habitantes que viven en una ciudad que parece bombardeada por infames enemigos. Y no hay bombardeo militar sobre Iquitos, ningún enemigo exterior quiere desaparecerla; son los enemigos internos, sus propios hijos que son elegidos autoridades los que están destruyéndola.
Iquitos está en Loreto, la región más grande del Perú, pero que no sabe hacer sentir su fuerza, su necesidad y urgencia. No muestra su energía para conseguir lo que se merece. La población parece acostumbrada a caminar y transitar sobre calles, veredas rotas y sucias, acechadas por el peligro.
Es difícil encontrar una cuadra en el que el nivel de la pista esté uniforme, en el que no exista una rajadura o huecos. Casi todas están en mal estado. Para variar, el municipio ha roto varias calles para empezar la renovación y las obras se han paralizado. No hay quien levante su voz de protesta. Nadie sabe cuándo culminarán las obras. Lo más seguro es que están esperando que lleguen las próximas elecciones municipales y regionales para culminarlas con tufo de chantaje y clientelismo. Algo normal y al que la gran mayoría se presta.
¡Jode saber que el peruano privilegia al que “roba, pero hace obras!
La rotura de las calles se ha vuelto parte del paisaje iquiteño y empezó durante la gestión de Yván Vásquez, cuando este personaje era gobernador de la región Loreto. Vásquez destruyó la ciudad y su viejo alcantarillado para implementar uno moderno, sin embargo, el remedio fue peor que la enfermedad. Lo complicó más y nadie ha recibido una pena ejemplar.
Observé cómo en distintas cuadras de la ciudad las personas sacan equipos de sonido para escuchar su música invadiendo la tranquilidad -y afectando la salud- de los demás. Son equipos que podrían ser utilizados en estadios de fútbol, y es que emiten tal potencia que parece que el aire romperá los vidrios, los tímpanos y nos llevará al infierno chusco, del mal gusto.
Nadie dice nada, todos transitan sin levantar la voz, y el vecino del irrespetuoso y escandaloso dj, no hace nada. Tal vez, espera su oportunidad para devolverle contaminación ambiental. Y joder igual. Todos se joden.
Las autoridades no existen, saben lo que está pasando y no dicen nada, porque son grotescos y les parece normal que la ciudad sea consumida por el desorden y el caos.
No visité el puerto y mercado de Belén, pero sí estuve en los mercados Modelo y Central. Ambos nombres son exagerados y ambiciosos, pues de modelo y central no tienen nada. No han mejorado durante los 37 años que yo estoy fuera. Salí de Iquitos el 18 de febrero de 1980. Al contrario, se han degrado más. Los gallinazos están encima de los puestos de pescados y la gente compra sin sentir asco.
Iquitos no merece lo que está viviendo. Es una ciudad que necesita estar entre las más hermosas y cuidadas del Perú. El turismo puede ser un gran motor de desarrollo, pero se necesita cambiar todo. En principio, revolucionar la educación y, a partir de ahí, se empezará a elegir autoridades con visión de una sociedad responsable, culta y educada. Una sociedad donde se respete a los demás y se aproveche los recursos naturales sin depredarlos.
Iquitos resiste a sus mediocres autoridades, porque su alegría no desaparece, porque la risa y la actitud positiva se mantiene en su gente. Ese es su gran potencial. Aquellos que no han perdido la perspectiva, el buen gusto, y la pasión por la educación y la cultura, serán los que salvarán a esta maravillosa ciudad.
¡Iquitos merece honrar al cielo que la cubre, ser digna del sol que la alumbra y respetar al fabuloso río Amazonas!