Hace casi seis décadas, Gordon Moore inauguró un nuevo capítulo en la historia de la tecnología con su famosa predicción sobre el crecimiento exponencial de la capacidad de los microchips. Desde entonces, la Ley de Moore se convirtió en un trampolín para la innovación en la electrónica integrada.
Este emblemático principio proyectó un futuro donde los microchips duplicarían su capacidad cada dos años. Su impacto no se limitó únicamente al aumento de la potencia de procesamiento de los componentes, sino que también abarcó su tamaño, costo y eficiencia energética.
Con el tiempo, hemos sido testigos de la materialización de esta visión: dispositivos cada vez más pequeños y poderosos. Cada nueva generación de microchips supera a la anterior en rendimiento y eficiencia, impulsando una evolución tecnológica constante.
Desde las enormes computadoras de la década de 1940 que ocupaban una habitación entera hasta las computadoras portátiles ultradelgados, relojes inteligentes, autos de conducción autónoma y gafas de realidad aumentada de hoy en día, recorrimos un camino de impresionantes innovaciones.
No es novedad decir que la tecnología nunca fue más importante para la humanidad de lo que es ahora. Todo se está volviendo digital, y esta transición mejorada fue habilitada por la industria de semiconductores y su crecimiento exponencial.
Nos encontramos inmersos en una era habilitada por el poder del silicio, a la que Pat Gelsinger, CEO de Intel, denominó como ‘Siliconomía’. Este elemento, esencial en la composición de los procesadores, es la columna vertebral de nuestra economía global digital. Los chips son indispensables en una amplia gama de aplicaciones, desde el control de semáforos que regulan el tráfico en las ciudades hasta el funcionamiento de sofisticados equipos médicos. Esto nunca hubiese sido posible sin la miniaturización de los componentes.
Por más que hayan pasado 59 años de su promulgación, la Ley de Moore sigue rigiendo nuestras vidas. Hoy, gracias a ella, estamos viviendo una democratización de la inteligencia artificial porque se consiguió desarrollar unidades de procesamiento neural (NPU por sus siglas en inglés) de un tamaño lo suficientemente pequeño como para integrar esa IA en los dispositivos de los consumidores, como el procesador de una computadora portátil o de un celular.
Sin embargo, varias veces durante las últimas cuatro décadas, la más reciente a mediados y finales de la década de 2010, expertos postularon que la industria había llegado a un punto en el que mantener el ritmo de la Ley de Moore ya no era físicamente posible. Eso no podría estar más lejos de la realidad. Durante más de 50 años, los ingenieros han innovado continuamente para integrar cada vez más transistores en chips cada vez más pequeños y mantener el ritmo de la predicción. Las proyecciones indican que nos dirigimos hacia la incorporación de un billón de transistores en un solo paquete durante la próxima década.
“El futuro de la electrónica integrada es una puerta hacia horizontes infinitos de innovación y avance tecnológico”. Cuando Gordon Moore pronunció estas palabras en 1965, poco podría haber imaginado el impacto monumental que tendrían en la sociedad moderna. Desde entonces, desbloqueamos un universo de posibilidades que revolucionaron la forma en que interactuamos con el mundo que nos rodea.
Su ventaja es innegable y su influencia se extiende a todas las esferas de nuestra vida. Desde las computadoras personales que democratizaron el acceso a la información, hasta los anillos que monitorizan nuestro sueño, cada avance tecnológico es un testimonio de cómo la Ley de Moore sigue vigente.