Las exigencias del mercado TI no siempre responden a una moda. Las organizaciones no asumen tecnologías por moda, en estos tiempos, no. Lo hacen por necesidad, por el principio de innovación, de querer estar varios pasos adelante de su competencia.
La competitividad exige estados de alerta permanente. Capacitación constante y confianza en el instinto. Si, pues, siempre hay un componente mágico en las cosas que realizamos los seres humanos. Ese presentimiento que se forma de la experiencia y del conocimiento, es lo que en muchos casos se convierte en instinto.
El que está alerta verá primero la luz de la mañana, porque elige aprovechar sus horas de sueño y las horas de movimientos, de estar despierto, de estar cuestionándose, viendo qué está pasando en la sociedad para entregarle una solución, una propuesta innovadora.
El que está dormido es el que disfruta de su estado de confort. Siempre responde que no necesita hacer nada más, porque su negocio funciona de mil maravillas. “Nos está yendo bien. Así venimos funcionando y liderando el mercado desde hace años”.
El dormilón, si es que algún día despierta, sentirá dolor en sus ojos cuando despierte tarde, porque se dará cuenta que otros ya madrugaron, que están avanzando, que no son tan pesados y que son capaces de movilizarse con infraestructura TI, que ya han dejado el modelo tradicional para mejorarlo con las nuevas herramientas.
El empresario en estado de alerta es el que está viendo oportunidades en todo momento. No se contenta con una respuesta, con una sola propuesta, no va a las conferencias o capacitaciones para comer bocaditos y tomar el buen vino y sacarse fotos con la escultural anfitriona. En todo caso, el ejecutivo alerta disfruta de todas estas cosas, pero no se detiene en minucias, no privilegia un bocadito frente al aprendizaje.
La competencia es maravillosa, es fundamental para el crecimiento del ser humano. Para que siga innovando, explorando e investigando. La competencia nos pone metas cada vez más exigentes, nos lanza hacia el precipicio para ver si seremos capaces de salir de ahí, directo hacia la cumbre.
El espíritu competitivo no está quieto, está en constante movimiento. Entiende que lo aprendido ayer, hoy ya está quedando desfasado o, por lo menos, ya se está cuestionando. Tiene la mente abierta, escucha a todos y se permite experimentar diferentes sabores, aromas y colores. No es dogmático y no anda cuestionando a las personas por su raza, color, creencia u opción sexual. Se siente cómodo con todos y sabe elegir a aquellos con los que compartirá momentos, su vida.
El innovador tiene miedo, eso le hace igual a los demás, con la diferencia que ha aprendido a atravesarlo. Es que en su crecimiento ha analizado las desventajas que causa quedarse paralizado, que no sirve vivir temblando, que hace daño a la salud y al desarrollo profesional y personal el vivir preso del miedo. Y como su espíritu innovador le mueve a hacer cosas diferentes, posiblemente, estar en situaciones o experimentar cosas que otros no lo han hecho, ya es un maestro en atravesar muros y nadar sobre turbulentos ríos, y disfruta de la liberadora sensación de hacer cosas atravesando el miedo.
Toma riesgos. Y el que toma riesgos sabe de derrotas, y sabe tanto de las derrotas que ya no se paraliza, las mira con familiaridad porque le mueve sus infinitos deseos de seguir bregando, de caminar, de explorar, de impactar, inspirar y entregar al mundo una propuesta que cambie la vida de los demás.
Así es la vida, en constante dinámica, y son pocos los que se atreven, los que creen en sus sueños y se embarcan en la nave que los llevará hacia ese puerto que saben que existe. Saben que necesitan inspirar y hacer equipo para lograrlo. Esta es la condición básica para realizar cualquier sueño: enrolar a los demás en nuestros objetivos. Inspirarlos para que hablen y realicen el trabajo con compromiso, con pasión, porque están claros que es algo diferente.