La competencia es importante para que las personas salgan de su zona de confort. Compite el que se siente capaz y preparado. Es competitivo el que ha hecho la tarea y ha decidido hacer cosas extraordinarias para lograr resultados extraordinarios.
En un entorno competitivo la calidad del producto (cualquier resultado) siempre es mejor que el anterior. La competencia nos hace vivir en un universo perfectible. La necesidad de protegerse de las inclemencias de la naturaleza, de aprovechar sus riquezas, de conquistar nuevos espacios para vivir en abundancia, y de explorar espacios considerados peligrosos o sagrados han llevado a la humanidad a expandir su visión de la Tierra y el universo.
Es cierto, también, que un entorno extremadamente competitivo se puede generar alto nivel de estrés, propiciar un ambiente enrarecido, que podría generar distorsiones entre los integrantes de un equipo o grupo social. Sin embargo, es mejor un espacio competitivo en el que las personas van encontrando el equilibrio con reglas transparentes y organismos vigilantes, que un espacio donde reinen las personas adormecidas y conformistas.
Es extraño ver la competencia entre mediocres. Es un espectáculo antinatural, porque “compiten” para identificar quién es el más atrasado, incumplido, perezoso, truculento y sin brillo. Arrancan pifias del público y se vuelven centro de la burla, a veces de sus propios pares, que son normalmente quienes disfrutan y se mofan de sus actos.
Si el que observa -así como el que elige congresistas, presidente, alcaldes y gobernadores -no brilla por el desarrollo de sus capacidades, por su vocación de transformación, por el ímpetu de ser cada día una mejor persona, simplemente, terminará aplaudiendo al mediocre. El peligro es que quiera ser como él, que comience a imitarlo, a ponerlo como ejemplo de sus hijos, de sus empleados, y exija que sus autoridades sean también como el modelo que lo guía.
Aplauden al alcalde mediocre y lo vuelven a reelegir porque “roba, pero hace obras”, porque le dedicó un parque y una estatua gigante al preservativo, porque ha puesto una orquesta conocida y tres vedettes para que bailen en la fiesta patronal.
Aplauden y defienden a los congresistas que hablan incoherencias, que han mentido sobre sus estudios escolares, que no han terminado el colegio, que son chantajistas, que presiden la Comisión de la Mujer y la Familia, pero destrozan los derechos fundamentales de la mujer.
Son capaces de elegir a millonarios sin escrúpulos solo porque les entregan pollos a la brasa y polos, a cambio de sus votos. No les importa su calidad moral, lo que quieren son dádivas para aplaudir al sujeto y que llegue a un alto cargo. No importa si no sabe hablar, tampoco interesa si es un plagiador de libros. Lo que interesa es que tiene un libro a su nombre, sin importar cómo lo ha conseguido.
Se quejan de que los venezolanos estén trabajando en el país, y dicen que les están quitando el trabajo a los peruanos. Sin embargo, no valoran la forma cómo el venezolano se comunica y genera empatía. Saluda, sonríe y es muy atento. Es diferente.
El que no quiere competir se queja de todo porque siente que es su forma de existir. Existe en cuanto se opone a algo. Es presa fácil del charlatán y bribón, porque no tiene filtro, buen gusto. No está entrenado para identificar oportunidades. “Las oportunidades son falsas ilusiones”, dice.
Si el observador es competitivo, estudioso, arriesgado y decidido, se alejará siempre de tristes espectáculos. El competitivo elige alejarse de los ruidosos, chabacanos, desenfocados y grotescos, porque prefiere dedicar su tiempo y espacio al crecimiento, ya sea inspirando, impactando en los demás, o aprendiendo. El competitivo invierte -entiéndase tiempo y dinero -en su crecimiento profesional y personal. Siempre está viendo oportunidades, es un emprendedor en acción o a punto de iniciar un proyecto personal.
El competitivo estará siempre dispuesto a escuchar nuevas ideas, iniciativas y a emprender nuevos caminos. Toma riesgos y no se detiene a llorar sobre la leche derramada, al contrario, aprovecha la lección.
El competitivo estudia siempre y cuida su salud para poder seguir creciendo.