¡No pasa nada!

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El efecto de la corrupción solo se vive en la televisión y la radio, se lee en los diarios y revistas. La tragedia y el futuro del Perú se debate en los medios. Allí se está librando la batalla contra la corrupción. En las calles solo transitan los vehículos y nadie dice que está harto de tanta delincuencia y que quiere hacer algo, aunque sea promover reuniones para debatir sobre los efectos nocivos de la corrupción y la delincuencia en la sociedad. La gran mayoría vive ajena a la avalancha de los corruptos.

No pasa nada. En los hogares se toca de manera superficial y prefieren “no distraerse en porquerías y cochinadas”. No se dan cuenta que la indiferencia es gasolina para el motor de la delincuencia y las autoridades corruptas. De esta manera es como llegan iletrados y pícaros a puestos importantes de la sociedad. Miren, nomás, a los congresistas que Keiko ha llevado al Congreso.

No pasa nada. Y hasta parece que el olfato de la gente ya no percibe la pestilencia que emana de esos organismos como el CNM, los jueces, dirigentes deportivos, alcaldes, gobiernos regionales, y empresarios que se enriquecen haciendo negocios con los “porcentajes” que se entregan a funcionarios corruptos.

Donde sí hay preocupación es en algunos empresarios, por lo tanto, en sus hogares, pues están alertas a la divulgación de algún audio o video donde están sobornando a un funcionario para ser favorecidos con una licitación.

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No pasa nada. Y por eso, este momento se olvidará con cualquier otro escándalo de farándula o un gol agónico, al último minuto del partido, que provocará salir a la calle para gritar Arriba Perú, emborracharse e inflar el pecho con eso de “tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”. Es decir, es más importante la continuidad de Ricardo Gareca que la caída de los corruptos. En ese sentido, hasta piden que Edwin “Gordito” Oviedo se quede al mando de la FPF para no destruir lo avanzado en la selección peruana de fútbol.

No pasa nada. Los gremios empresariales no levantan su voz y están callados. En realidad, dicen algo, pero no se les escuchar porque lo hacen tan bajito que se necesitan auriculares especiales y potentes para entenderlos. Eso sí, siguen haciendo negocios y viendo quién es el hombre en tal o cual institución del Estado para poder cerrar el trato. No se indignan por la podredumbre y el avance de la delincuencia. Se aburren de las noticias negativas que traen los audios y dicen: es mejor detener esos destapes para enfocarnos en hacer negocios.

No pasa nada. Los universitarios no dicen nada, porque la atención que le prestan a su celular y a sus grupos de chat es más importante que la basura y podredumbre donde viven. No les interesa limpiar el vidrio de su ventana, no quieren mirar la luz de la luna y el brillo maravilloso del sol, porque el valor poético y heroico de las acciones juveniles no tiene importancia para ellos. Los jóvenes son energías diluyéndose y zombis entretenidos con la tecnología.

La esperanza se está volviendo desesperanza para los que entendemos que la lucha contra la estupidez, las mafias y autoridades corruptas es una labor constante, y que se necesita activarla a cada momento, sin importar el lugar donde nos encontremos. Se vuelve desesperanza porque parece que nos están ganando, que nos están aplastando y que nos están metiendo la porquería en lo que consumimos.

Sin embargo, también creemos que este momento es una gran oportunidad para afirmar nuestras convicciones y seguir en la brega, en la actitud vigilante (¡románticos, al fin!) para identificar al corrupto, al pícaro y bruto para lanzarlo fuera de nuestro entorno.

También creemos que son los jóvenes los llamados a movilizarse y generar la transformación del país. Ellos necesitan levantar su voz y afirmar su identidad y transparencia para construir una sociedad justa. Para ello, necesitan hacer que las cosas sucedan, necesitan comprometerse y despertar de su letargo. Los jóvenes necesitan hacer que el repudio y el rechazo a los corruptos sea constante. Necesitamos jóvenes despiertos y vigilantes.

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